domingo, 24 de abril de 2011

ACARICIANDO LA COLA DE UN AVE (Cuento chino)

El día había sido duro, más horas de trabajo por la inesperada indisposición de un compañero y por si fuera poco, un proveedor irascible por la devolución de un efecto. Por ese motivo Juan, tuvo que cambiar el horario en su clase de tai chi. Al principio, se encontraba un poco contrariado, cansado, conocer gente nueva, y el puñetero tai chi que se le atragantaba un poco, aunque tenía que reconocer que comenzaba a memorizar y recordaba el movimiento siguiente cuando realizaba el anterior. Esto hacía que el profesor le dijese la misma cantinela. “No pienses tanto, deja que tu cuerpo recuerde el movimiento y actúe”. No llegaba a entender aquel galimatías, no pensar para recordar. Todo era muy raro. Pero lo más importante es que se encontraba satisfecho. Había sido el primer día en el que se había relajado, no sentía la tensión de otras veces y hasta se había olvidado del trabajo.
Lo comentó a la salida de la clase y pudo escuchar la voz del profesor a su espalda:
- No has cambiado el movimiento, has cambiado la actitud.
Sea como fuere, allí se encontraba, sentado ante el televisor, con una copa de vino en la mano, relajado después de haberse dado una ducha templada y lo que era más importante, satisfecho aunque no supiera exactamente el motivo. Se dio cuenta que no le importaba el programa que emitían, pero tampoco le molestaba, sencillamente no le prestaba atención. Se levantó del sillón y fue hacia la ventana, al fondo la luna parecía reírse de algo que estaría pasando en alguna parte, o ¿tal vez le sonreía a él?
La sombra de un pájaro atravesó la luz de la luna, que lo transportó a otro lugar. Se fue acercando hasta posarse en el alfeizar de la ventana. Se trataba de un ave exótica, de color azul y con largas plumas en su cola, el asombro de Juan no tuvo límites, las preguntas le bailaban en la mente,


-¿De donde habrá salido un bicho tan raro?
Lo miraba, y andaba despacio hacia un lado y hacia el otro a lo ancho de la ventana, sus manos hacían ademán de ir a tocarlo, de una manera suave y fluida, sin darse cuenta, movía la cintura al mismo tiempo que elevaba una mano, aquello parecía una danza, aunque su mano no llegaba a rozar tan siquiera la cola del ave. Poco a poco los movimientos fueron haciéndose más amplios, era curioso, sentía los hombros relajados, y sus movimientos como los de un felino. Su mirada fija en el pájaro, que no hacía ningún movimiento extraño. Su larga cola parecía esperar la caricia, y Juan atento a la invitación se acercaba cada vez un poco más. Le recordaba al pájaro del deseo de un cuento chino antiguo, y sentía como si su ropa fuese tan amplia que permitía a su cuerpo moverse dentro de ella, notando como esta rozaba ligeramente su piel, produciéndole cierto placer.
La mano de Juan rozó varias veces el suave plumaje del pájaro, giraba las palmas hacia arriba y hacia abajo intercambiándolas en cada uno de sus movimientos, y el animal se quedaba quieto, sin mover en ningún momento su cabeza, pero en todo momento estaba atento a los movimientos de Juan. Después de un rato de caricias, decidió agarrar las plumas de la cola, ¡eran tan bellas! Sintió como desde su vientre subía un ligero cosquilleo, recordándole cuando de niño se adentraba en lo prohibido, el pájaro en ese mismo momento, batió sus alas, y elevó el vuelo, rozando con su plumaje las yemas de los dedos de Juan.
Un zumbido molesto, le hizo volver a la realidad, otro día más, estiró su brazo dando un manotazo al despertador que no dejaba de zumbar encima de su mesita de noche.

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